¿Qué nos dejó Game of Thrones?

Redacción: Laura Álvarez Goyoaga – Foto: Mauricio Santos / Unsplash

En el marco de la pandemia que afecta al mundo desde hace ya meses, la industria del entretenimiento, como tantas otras áreas de la economía, tuvo que adaptarse a las restricciones: estrenos y producciones bajaron el ritmo habitual que respondía a la demanda en situaciones normales. Ello impactó, sin dudas, en las dinámicas de un público acostumbrado a consumir productos culturales de este tipo, enfrentado a una mayor disponibilidad de tiempo libre y limitado en sus opciones por el recorte a la novedad. Dadas las circunstancias, el streaming pasó a ser más que nunca protagonista absoluto: a través de las plataformas institucionales mediante la contraprestación correspondiente, o bien por el consabido recurso de la “piratería”.

De acuerdo a un reciente artículo de TyC SportsGame of Thrones se llevó el título de ser la serie “más descargada de manera ilegal en todo el mundo desde el inicio del aislamiento social por la pandemia de coronavirus”. Y esto tiene su razón de ser.

La serie de HBO Game of Thrones generó un indudable fenómeno de público, el mayor de los últimos tiempos, que ningún sustituto posterior consiguió emular. Talento y presupuesto en todos los niveles marcaron su ejecución. Más allá de la cuota brutal de violencia y sexualidad que puede impactar al espectador no informado, las maquinaciones de los personajes en el mundo imaginario de Westeros, ese sitio oscuro habitado por seres perturbadores de complejas motivaciones, resultaron apasionantes y comprensibles dentro del marco narrativo.

No hay dudas, ni la más mínima, que Game of Thrones es, cuando menos, controversial en cuanto a su contenido. Pero tampoco las hay, y quizás allí radica su principal fortaleza, en que no se conforma con dar soluciones simplistas a problemas complejos. Sus protagonistas no son maniqueos: ni enteramente buenos, ni desesperanzadamente malvados. Y en ese mundo roto en que se juega el sentido de sus vidas, es posible ver reflejado nuestro mundo occidental actual, con sus luces y sus sombras.

George Raymond Richard Martin, novelista norteamericano de 70 años, llegó hace apenas ocho a la superfama mundial de manera espectacular con la adaptación al formato serie de su saga literaria épica Canción de hielo y fuego. La producción fue por cuenta del canal de televisión por abonado HBO (siglas de “Home Box Office”, que traducido al español significa “boletería en casa”), y llevó el título global de la primer novela de la serie: Juego de Tronos (Game of Thrones, GOT para los íntimos). Admirador de Tolkien, Martin había escrito y publicado estos libros a partir del año 1996, tras frustraciones y fracasos en otros proyectos. Recién el año 2005, la cuarta de las novelas llegó al primer puesto de la lista de  bestsellers del New York Times. Para entonces, Martin tenía 56 años, y para cuando le llegó el mega éxito de la adaptación televisiva en el 2011, tenía 62. Aquí tenemos ya una primera lección importante para aprender de la serie: persevera y triunfarás, un dicho popular que tiene cierta intertextualidad con aquello de “Pidan y se les dará”. Porque el que busca encuentra, y el que pide, recibe. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, y en el caso de Martin, tener fe y perseverar lo llevó a triunfar en lo que más lo apasionaba.

Para hacernos una idea de las dimensiones de este fenómeno, basta decir que GOT ganó 47 EMMYs, convirtiéndose por lejos en la producción televisiva más galardonada en la historia de los premios. 31 millones de personas vieron la 7ª temporada, la cual fue pirateada más de mil millones de veces. El estreno del primer capítulo de la temporada final, la 8ª, fue visto por 17,4 millones de espectadores en todas las plataformas de HBO solo en EEUU.

Tras 8 años, el domingo 19 de mayo de 2019 HBO emitió el sexto y último capítulo. Decepcionó o no a sus fans; fue acertado o inapropiado el final… ríos de tinta corrieron de un margen al otro en ambos sentidos. Pero quizás lo más interesante no pasa por ahí, sino por reflexionar acerca de qué nos deja esta serie, y por qué fue tan exitosa. El tema daría para un análisis más profundo, pero propongo concentrarnos en tres líneas temáticas, que nos dejan otras tantas lecciones válidas.

La primera lección para aprender, es que la ambición destruye y nos destruye. Nos aísla. Nos hace perder las referencias. Una refrescante enseñanza que, en épocas donde tanto se protesta contra la sociedad patriarcal y sus injusticias, nos llega a través de los resultados nefastos de la ambición de dos personajes femeninos: las reinas Daenerys y Cersei.

De Tyrion Lannister, uno de los personajes más queridos por su inteligencia y sentido del humor, recibimos la segunda lección, que no por manida deja de ser relevante: la soberbia es mala consejera. Confiar demasiado en su inteligencia y astucia llevó a Tyrion a cometer errores de apreciación terribles y trágicos.

Y la última, tal vez la más fuerte por la carga emotiva que habíamos depositado en los personajes implicados, nos la enseña Jaime Lannister: la redención requiere perseverancia en la virtud. Jaime había transitado a lo largo de la historia un arco redentor que lo había transformado de odioso a entrañable… y desandar todo ese camino le tomó un solo momento de debilidad.

Así analizado, Westeros no es tan diferente del mundo en el cual nos toca vivir hoy. Un lugar que reclama humildad a la hora de juzgarlo. Un lugar para luchar, desde el reconocimiento de las debilidades humanas, con la mirada puesta en la realidad. Un lugar donde el mal existe, y de nosotros depende que nos fortalezca o nos destruya. Un lugar para la fe y la esperanza.